martes, 19 de enero de 2010

JOSÉ BORRELL EN EL ESTUDIO





























Lo de Borrell fue toda una cita, con los oportunos avisos a todos los incondicionales. Borrell es afable, anguloso, tremendamente familiar, accesible . Hay algo de sombra de pájaro en su semblante.







Todo pasó muy rápido. Espatulazos de color en la paleta, colores de matices impensables. Borrell mueve la espátula sobre el color con la agilidad del carnicero que destaza una res; así lo veíamos obrar, la mano arriba, abajo, el nervioso vapuleo del metal sobre el aceite. Oficio, mucho oficio. Estábamos todos espectantes, con esa incertidumbre que precede a un descubrimieto. Y empezó a pintar sobre el guesso teñido de gris azulado, orientándose con la luz, templando sombras violáceas, arrimando muy suave una a otras hasta confeccionar el volumen y esa bendita transición que sólo los grandes conocen y que Borrell, desprendidamente, nos ofrecía. Eran de ver los ojos de la concurrencia. No había trucos, no había efectismos . Estábamos todos absortos mirando la creación en estado puro, el buen hacer, el aire neblinoso que separa el fondo de la forma, el mágico esfumato que solo insinúa líneas que no existen, mucha historia del arte en manos humildes, sabias.







Tarde para guardar en el más íntimo cajón del alma.